mardi 24 novembre 2009

«Jamás podremos perdonar»

Familiares de guardias civiles y agentes desgarrados por la barbarie etarra años atrás confiesan que «las heridas no cicatrizan, se abren más con cada atentado»
02.08.09 -
http://www.nortecastilla.es/20090802/espana/jamas-podremos-perdonar-20090802.html
«Jamás podremos perdonar»
Dos agentes se abrazan durante el funeral en Mallorca de los dos guardias asesinados por ETA./ J. REINA-AFP
Resulta difícil seguir adelante cuando te arrancan un trozo de vida, cuando las garras del terrorismo etarra te arrebatan a la persona que más quieres. El dolor y la ausencia es tan grande que el tiempo no es suficiente para curar unas heridas que jamás terminan de cicatrizar. Aunque hayan pasado diez años o veintinueve, como en el caso de Ángeles Álvarez, el horror permanece latente, adosado al corazón. Ella perdió a su marido en agosto de 1980, cuando todavía eran unos recién casados. Es sólo una de las vidas arrasadas por el terror en un cuerpo -la Guardia Civil- que ETA ha golpeado sin piedad.
El instituto armado, que siempre ha estado en la vanguardia de la lucha contra la barbarie etarra, ha perdido 208 efectivos en ese combate infinito. Familiares de la víctimas, agentes heridos en atentados y sus compañeros de cuerpo comparten una angustia indeleble desde que el terrorismo atravesó sus vidas. Y la banda armada no esperó mucho para colocar a la Guardia Civil en el centro de su diana. Los terroristas abrieron sus ya cincuenta años de crímenes con el asesinato del agente de tráfico José Pardines en junio de 1968. Desde entonces, cada bala, cada bomba resuena en el alma de las familias de las víctimas. «Jamás podremos perdonar», clama Ángeles Álvarez, que desde el jueves revive una vez más el interminable duelo por su marido.
ÁNGELES ÁLVAREZ
Viuda de Antonio Gómez Ramos
«Nunca llegas a recuperarte»
Los 80 fueron sin duda los peores para la Guardia Civil. En aquella década, la banda se cobró la vida de 31 agentes. Uno de ellos fue Antonio Gómez Ramos, que murió el 13 de julio de 1980 en la localidad guipuzcoana de Orio, cuando ETA ametralló a cinco oficiales. Dos murieron bajo el fuego desalmado de los terroristas y los otros tres resultaron gravemente heridos.
Ángeles Álvarez , la viuda de Gómez, recuerda con dolor aquel trágico día que aún no ha podido dejar atrás. Tenía tan sólo 19 años y acababa de casarse. «Cuando te rompen los sueños tan joven nada vuelve a ser igual. Cada vez que hay un atentado lo vuelves a vivir. Te pones en el lugar de la familia. Es algo horrible, durísimo. Tienen que pasar muchos años, pero nunca te recuperas», afirma.
Recuerda claramente aquella mañana y el último desayuno junto a su esposo. Esa fue la última vez que lo vio con vida. A mediodía veía la noticia por televisión. En ese mismo momento se dirigió al lugar del atentado, a pesar de que intentaron impedírselo. Al llegar allí, una amiga le confirmaba en persona que había visto muerto a Antonio, con un tiro en el cuello. Tenía además otras heridas de bala. «Sientes rabia e impotencia al no poder hacer nada. No es lo mismo que se muera a que lo maten. Nadie es quién para quitarle la vida a nadie. Jamás podremos perdonar un asesinato», reitera.
Álvarez asegura que lo peor vino después. «Yo no pude tener hijos. Un niño es ese motivo por el que puedes seguir luchando. Al no quedarte nada es más difícil el día a día. Estuve en cama mucho tiempo y me tenían que dar la comida», rememora.
ÁNGEL PENAS
Guardia civil víctima de un atentado
«Una bala se me quedó alojada en el cerebro»
Para Ángel Penas, guardia civil jubilado, también la violencia de ETA le ha dejado una huella imborrable. Él fue víctima de un atentado en Bilbao el 14 de junio de 1981, cuando en un paso subterráneo un grupo de terroristas tiroteó a dos coches en los que viajaban cuatro agentes. «Una bala de rebote se me quedó alojada en el cerebro y tuvieron que operarme de urgencia en la Virgen Blanca. Me acuerdo de cómo me corría la sangre por la cara y tenía manchado todo el uniforme», relata. Otro agente recibió balazos en el brazo, pero afortunadamente no hubo muertos en aquel sangriento ataque etarra.
Penas no puede dejar de acordarse de su dolorosa experiencia después de que hayan vuelto a suceder ataques contra guardias civiles. «Las heridas no cicatrizan, todo lo contrario, se van abriendo más cuando vuelven a ocurrir atentados como estos», señala.
Confiesa que lo que más le ha marcado de por vida, incluso más que su propio atentado, ha sido presenciar la llegada de los familiares de agentes que acababan de ser asesinados. «Ver familias desoladas duele mucho, sobre todo verlas llorar. No puedes hacer nada y es muy duro. Hay que tener mucho aguante para soportarlo porque te invade el dolor», afirma.
JOSÉ MARTÍNEZ GONZÁLEZ
Padre de Juan Manuel Martínez Gil
«Tuvieron que quitarme la pistola»
Juan Manuel Martínez quiso ser desde pequeño guardia civil como su padre. Y así fue hasta que un brutal tiroteo en 1983 en el municipio navarro de Leitza le arrebatara la vida al salir del restaurante, al que había ido a comer con otro agente que corrió la misma suerte.
Tan sólo dos horas antes de recibir la fatídica noticia su padre había hablado por teléfono con él. No podía imaginar que sería la última vez. «Mis compañeros tuvieron que quitarme la pistola, porque si no me suicido», asegura con un nudo en la garganta al recordar el momento en el que le informaron que su hijo había sido asesinado. Le queda el remordimiento de no haber vuelto a verle para subrayarle que el Gobierno alertaba de un posible atentado.
Toda la familia sigue destrozada, especialmente la madre del agente tiroteado. «Mi esposa es la que peor lo lleva. Va al cementerio todos los días. Lo recuerda permanentemente. A veces me despierto a las dos de la mañana y la encuentro sollozando. Ya hace 17 años que mi hijo murió, pero ella no lo supera. La casa está llena de fotos y cuando llega alguna visita mi mujer se las muestra», narra apesadumbrado.
TXEMA MORALES
Agente víctima de un atentado
«Todo esto te va rompiendo el corazón»
Txema Morales, guardia civil jubilado, no puede olvidar las estremecedoras imágenes que provocó la explosión en el cuartel de Irún en junio de 1991. Allí resultaron heridas 57 personas, de las que más de 30 eran niños. «Mi hijo y mi mujer estaban entre los escombros y yo intentaba sacarlos. Había también muchos niños cortados por los cristales. Es una imagen que no se me olvidará en la vida», recuerda.
Para Morales fue un momento horrible que inevitablemente ha vuelto a recordar con la explosión en la casa cuartel de Burgos. «Todo esto te va rompiendo el corazón». Recuerda con angustia los momentos en los que tras la explosión prestaba ayuda a los heridos. «Te invade el no saber qué hacer. Es un bloqueo total. Algo inexplicable».

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